Ruta en bici por "Las Villuercas"

Autor (Juan María Hoyas) de su libro http://www.ecologistasextremadura.org/juanma/libro.htm

 

 

Plano de ruta

Primer día:

Esta ruta nos lleva por uno de los parajes más hermosos de Extremadura. La Sierra de las Villuercas es peculiar en muchos aspectos, uno de los más llamativos es seguramente el que sus macizos montañosos sigan dirección opuesta al resto de los sistemas peninsulares: si estos se orientan de Oeste a Este, las Villuercas van de Noroeste a Sudeste. Y sin embargo no es la única peculiaridad de un recorrido que durante cuatro días nos conducirá por paisajes vírgenes de una belleza incalculable y donde el poblamiento humano, débil, diríase que apenas ha modificado el entorno.

Elegimos como punto de partida la histórica localidad de Guadalupe, que merece una visita bien a la salida o a la llegada. No se puede perder uno la judería ni la plaza con su monasterio. En él la huella de los alarifes más o menos conversos es tan evidente que no se observa ni una sola representación humana o animal en toda la fachada, tal y como preconiza el Islam.

Salimos del pueblo bajando por la que era su única entrada antes de que construyeran la circunvalación. Pasamos bajo los imponentes arcos del puente de la nunca construida vía férrea. Rebasamos el camping y en el km. 4,5 llegamos a un cruce. Tomamos de frente la dirección de Alía y Puerto de San Vicente.

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Al principio llaneamos, luego la carretera asciende hasta el kilómetro 9,5, punto desde donde divisamos la amplia panorámica de las llanuras que se extienden hacia el Sur, ya en provincia de Badajoz. Todo este trayecto, al igual que gran parte del recorrido, lo preside el pico Villuercas, con sus 1.600 metros de altitud y en cuya cima hay una base militar de telecomunicaciones.

Los siguientes kilómetros son llaneo y bajada, hasta que entramos en Alía, kilómetro 16 desde Guadalupe. Una breve parada en la plaza del pueblo para ver su iglesia de ladrillo y continuamos ruta.

Desde las afueras y si miramos con atención hacia el sur veremos levantarse entre los encinares un edificio gigantesco a juzgar por la distancia (16 kilómetros en línea recta): es la inacabada central nuclear de Valdecaballeros, auténtica espada de Damocles sobre las cabezas de los extremeños hasta hace poco y símbolo del derroche inútil y del no- sé- qué-hacer-con- ella  últimamente.

Ocho kilómetros después de Alía estamos sobre el Estrecho de la Peña. Aquí un mirador nos brinda vistas de la Sierra de Altamira, que aquí hace de límite entre nuestra comunidad y la vecina Castilla-La Mancha. Un encuentro con ciclistas que siguen la vía del tren hace más ameno el descanso.

Remontando el Guadarranque

A continuación viene una bajada de cuatro kilómetros hasta el río. Cruzamos el puente y antes de cruzar otro y antes también del poste kilométrico 149 nos desviamos a la izquierda por la antigua carretera. A los pocos metros sale un camino indicado por el siguiente letrero: Finca la Ventosilla. Lo tomamos. Es un camino llano, en buen estado e incluso asfaltado en algunos sitios. Aquí comienza un tramo por el que valdría la pena hacer todo del viaje: son veinte kilómetros a lo largo del valle del Guadarranque, encajonado entre sierras, y que sube luego sin encontrarnos otro signo humano que no sean esporádicos cortijos.

A los seis kilómetros, justo donde hay un nuevo cartel de Finca La Ventosilla, encontramos un merendero.

Habitación tranquila, buenas vistas, agua corriente....

porque en catorce horas que estuvimos allí pasaron una moto y dos coches. Y porque estar a seis kilómetros de la carretera más próxima es hoy día un raro privilegio: el oído busca, inconscientemente, el sonido de los omnipresentes automóviles y descubre con asombro que el mundo puede prescindir de ellos y no pasa nada.

Durante la noche y la mañana pájaros cuyos nombres, infelices de nosotros, desconocemos, nos deleitan con su canto refugiados en la maleza, a poquísimos metros., recordándonos que en nuestra maravillosa habitación no estamos solos.

 

SEGUNDO DIA:

Nuestra ruta continúa siguiendo el camino que traíamos ayer, pese a que el cartel, los postes y el intento de cerrar el paso con cadenas hagan parecer que se trata de un camino particular.

Esta zona es muy aprovechada por los colmeneros para poner sus enjambres -Villuercas-Ibores es la denominación de origen para la miel de aquí-, así que si vemos un montón de cajas de madera alineadas será mejor que no nos acerquemos a ell.

Durante algunos kilómetros atravesamos una plantación de eucaliptos. En dos ocasiones cruzamos el río: sabemos que no estamos tomando un camino equivocado porque el cruce se hace por puentes. Seguiremos en todo momento el camino más marcado. La única posibilidad de confusión se da cuando llevamos recorridos 6,5 kilómetros: un camino sigue paralelo al río y el otro sube aparatosamente: es éste el que debemos tomar.

El firme es bueno, pero un camino de tierra es un camino de tierra, sobre todo en subida. Son cinco kilómetros cuesta arriba, y dos más de bajada hasta la carretera. En este trayecto hay tramos de auténtico trekking. Miras alrededor y en todo lo que abarca la vista, que es mucho, no ves un solo vestigio que recuerde la presencia humana. Sólo sierra, sierra, sierra. Incluso en Extremadura es difícil ya encontrar zonas así.

Cuando menos lo esperamos aparece una carretera sin cartel alguno. Navatrasierra cae dos kilómetros a la derecha. Cuesta arriba, claro. Aunque comparado con la tierra el piso de asfalto es una maravilla.

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Navatrasierra es un pequeño municipio recostado contra la Sierra de Altamira, cuyos picos de más de mil metros gravitan sobre el pueblo.

Como de costumbre buscamos la plaza, que esta vez resulta ser pequeña, con iglesia y ayuntamiento de reducidas dimensiones. Nos enteramos de que Navatrasierra es pedanía de Carrascalejo, al otro lado del monte.

La comida y el descanso son largamente disfrutados.

Tras la sobremesa y el café de rigor salimos del pueblo por donde entramos. A los dos kilómetros está la pista de tierra por donde llegamos con el cartel Coto social Matarrasa, por si alguien decide hacer el camino a la inversa. Bajamos otros dos kilómetros -ya huele a puerto, más dura será la subida- y tras cruzar una dehesa de robles muy bella y pasar un merendero donde es posible acampar, comienza de verdad el puerto, que tiene casi nueve kilómetros. En total se suben 500 metros, pues desde Navatrasierra hemos descendido hasta la cota 600.

Durante el primer tramo vemos a lo largo de la carretera bosquecillos de madroños, que más arriba serán sustituidos por robles y vegetación de alta montaña.

La sensación, como siempre que se sube un puerto, es la de más y más espacio a tu alrededor. La sierra de Altamira, tan sobre tu cabeza cuando estabas en Navatrasierra, empieza a quedarse pequeñita. Llegas a un collado y parece que ya estás arriba, pero no. El follaje de los robles es tan espeso que casi cierra el cielo. Un kilómetro y medio antes de la cima encontramos a nuestra derecha una hermosa fuente que nos hace revivir todas las alegrías del agua no municipal.

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La subida se hace interminable. A diferencia del llano, aquí el terreno ganado a la montaña no se mide por kilómetros, sino por metros. Cada pedalada es una victoria, y cuando ves allí abajo los cerros y los llanos sobre los que un rato antes andabas,cuando ves las espaldas al águila, entonces llega el asombro de descubrir que con tus pequeñas fuerzas has sido capaz de hacer algo grande. Y al esfuerzo lo suple una borrachera de felicidad.

Ya estamos en el puerto. Paramos no por las vistas, sino por el cansancio. Y conviene abrigarse, ya que vienen ahora diez kilómetros de bajada, que se dice pronto, hasta llegar a la CC713.

Llegamos al valle del río Ibor. Por obra y gracia de nuestro esfuerzo hemos cruzado una divisoria de aguas: el Guadarranque es afluente del Guadiana, mientras que Ibor y Almonte lo son del Tajo.

Si hemos elegido el itinerario corto, Guadalupe está 13 kilómetros a la izquierda. Nosotros tomamos a la derecha, y es hora de buscar alojamiento. Poco después del punto kilométrico 14 un camino que sale a la izquierda baja hasta al río y nos obsequia con una espléndida arboleda y un sitio llano para pasar la noche.

Estamos de suerte: dos días durmiendo en el campo y pudiéndose bañar no es algo que ocurra siempre.

TERCER DIA:

Desacampamos y seguimos el curso del río, llevando la Sierra de Viejas  paralela a nuestra izquierda. La carretera es buena e incluso tiene arcén, pero el tráfico la hace molesta. Las subidas y bajadas son leves, y a los ocho kilómetros estamos en Navalvillar de Ibor. Como pasa en toda esta zona, vale más el paisaje que el pueblo, pues lo que se conserva del casco antiguo es mínimo. Una breve parada para avituallarnos y seguimos. A partir del arroyo Salóbriga  la carretera nos obsequia con una impresionante rampa con carril para vehículos lentos y todo. La CC 713, pese ser comarcal, es una carretera de amplia plataforma e inmensas curvas, donde el tráfico, sin ser muy denso, es lo suficientemente molesto para distraer y quitarle todo el gusto al viaje, especialmente por la sensación de estar clavado  que te brindan los rápidos y malolientes coches. Usar una de estas carreteras se debe exclusivamente a exigencias de ruta y lo mejor que puede hacer uno es salir lo antes posible de ella.

Cinco kilómetros después de Navalvillar entramos en Castañar de Ibor. En las afueras del pueblo se presiente el olor característico que delata a un molino de aceite, que atrapa en sus aromas tantos recuerdos de infancia. No nos detenemos en el pueblo -pese a la calurosa acogida de la población infantil-, sino que ya dentro del casco urbano tomamos carretera a la izquierda dirección Robledollano. La bajada hasta el río Ibor  (3 km.) es vertiginosa, una de esas cuestas que no le gustaría a nadie tener que desandar. En una arboleda a la derecha del puente hacemos la parada de la comida, que en mi particular caso desemboca en siesta.

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A eso de las cinco de la tarde reanudamos. El viento nos va a jugar esta vez una mala pasada y lo vamos a tener de frente durante toda la subida.

Primero cruzamos la primera sierra por una portilla sin apenas cuesta arriba. Tenemos a la vista un corte transversal del Valle de Viejas, que al igual que el del Guadarranque no posee ningún núcleo urbano. Una vez más vemos al fondo el pico Villuercas.

Ahora sí comenzamos a subir y a rodear: Sierra de la Venta, Risco de la Reyerta... Son sierras muy espectaculares, con una vegetación espesísima, rematadas en lo alto por peñones de cuarcita donde campea el buitre leonado y el águila imperial.

Sabemos de la cercanía del pueblo por los olivares que se agarran a laderas muy empinadas arrancadas quién sabe con qué esfuerzo a la flora autóctona. Después de sudar lo nuestro cuesta arriba y contra el viento, siete kilómetros después del río entramos en Robledollano, que como su nombre indica se encuentra en una especie de meseta.

Según se nos dijo de Robledollano a Cabañas se puede ir por pista de tierra, pero por lo avanzado de la hora no quisimos arriesgarnos y salimos por la carretera, que empeora ostensiblemente y que además cambia de humor de tanto en tanto.

Hay una bajada muy fuerte de dos kilómetros y medio y luego toca subir durante otros tres. Más adelante se llanea hasta el cruce para Retamosa, que está siete kilómetros a la izquierda. El recorrido se hace ahora bastante llano, llevamos la sierra a nuestra izquierda y la penillanura hasta perderse de vista -¡se ve Cáceres-! a la derecha.

Antes de cruzar Retamosa ya se ve a lo lejos Cabañas y su perfil único y característico: tras el pueblo hay dos canchos de cuarcita. El más grande recuerda cantidad al Pan de Azúcar  de Río de Janeiro.

Al pasar Retamosa parece que el viaje está hecho, pero sólo parece. Iniciamos una espectacular bajada hasta el profundo tajo del río Almonte. Luego la carretera se agarra como puede a la empinada ladera, asciende durante cuatro kilómetros hasta llegar a un cruce a la izquierda -ya en la bajada- que tras otro kilómetro de empinadísima cuesta nos deja en Cabañas. Intentar convencer de que este último tramo lo hicimos montados sería absurdo.

En Cabañas es posible dormir en el albergue que está preparando el Ayuntamiento y que hasta la fecha es gratuito. De momento sólo ofrece techo y agua corriente. En la misma calle está el único establecimiento del pueblo donde se puede comer.

CUARTO DIA:

Lo iniciamos con la subida (a pie) al castillo, nido de águilas con el pueblo a sus pies y con vistas a ambas vertientes de la sierra. Luego, ya con la bici, bajamos del pueblo y volvemos sobre nuestros pasos por la carretera que trajimos ayer, hasta el cruce de Roturas. También es posible -y más corto- ir a Cañamero por Solana; elegimos dar el rodeo por motivos exclusivamente paisajísticos.

Hay veces en que la palabra no es suficiente para reseñar ese paisaje que te absorbe y te envuelve. Hay veces en que uno no puede explicar ni describir, sólo dejarse llevar por lo que tiene tan cerca. Al escribir uno trata siempre de rehuir la hipérbole, pero esta vez no: Villuercas son los valles más hermosos que he visto en mi vida.

La primera parte de la ruta de hoy es una subida casi ininterrumpida: desde el río Almonte (500 metros) hasta el Collado del Mazo (1060 metros). En el km. 12 cruzamos Roturas. Los seis kilómetros siguientes también son de continua subida, aunque la pendiente no es abusiva. Además, algunos alcornoques que jalonan el camino resguardan al viajero de los rigores del sol.

Conforme nos aproximamos al siguiente pueblo encontramos otro cultivo propio de la zona: los cerezos. que se extienden por toda la ladera opuesta a nosotros. Y así llegamos a Navezuelas, km. 18, donde hacemos una paradita con piscolabis junto a la fuente-lavadero que hay a la entrada del pueblo.

Seguimos subiendo durante cinco kilómetros más. De repente salimos del valle por el que veníamos e ingresamos e un espacio totalmente distinto. La vegetación y el relieve nos dicen como que estemos en alta montaña. En el km. 28 y a más de mil metros de altura el espacio se abre inesperadamente: a la derecha vemos longitudinalmente todo el Valle de Santa Lucía  que cruzamos hace unas horas por su parte más baja, y a la izquierda un dilatadísimo horizonte que incluye las sierras de La Siberia  y los embalses del Guadiana.

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Hay que seguir. Dos kilómetros más y ya hemos ganado los 1.060 metros del Collado del Mazo.

Y ahora la bajada que comienza después de un corto llaneo, qué lujo, en la cima del mundo. Primero son dos kilómetros hasta el cruce de Berzocana -aquí enlaza la carretera que hubiéramos traído de haber venido por Solana-. Luego, ocho kilómetros más hasta Cañamero, siempre bajando. Unas veces se ve la carretera allá abajo y da vértigo el pensar que se pueda descender tanto. Otras son las curvas de 180 grados que se toman casi parado, y entonces lo increíble es haber bajado de treinta y cinco a cinco por hora. Finalmente y en el km. 41,5 de la jornada entramos en el pueblo. Al llegar a la carretera que cruza el pueblo se gira a la izquierda en dirección Guadalupe. Recomendamos una parada en alguno de los bares del pueblo, o un trago de agua en la fuente que veremos enseguida.

En Cañamero vimos a un hombre y una mujer europeos nórdicos de por lo menos sesenta años que más tarde volveríamos a encontrarnos en Guadalupe. Evidentemente estaban alojados allí y usaban la bici para conocer la zona. Pensé en el turismo típico de los españolitos y constaté el abismo cultural existente, y me pregunté una vez más por qué demonios los latinos, teniendo mejor clima, usan menos la bicicleta.

Salimos de Cañamero dirección Guadalupe. Al principio vamos bordeando el río Ruecas, que es otra vez afluente del Guadiana. Luego vienen tres kilómetros y medio de subida hasta el Puerto Llano. Torcemos a la izquierda y comenzamos a bajar. A nuestra derecha veremos en ocasiones la vía del tren abandonada.

Justo seis kilómetros después del Puerto sale a la izquierda un camino claramente visible que no es otra cosa que la trinchera que excavaron para el tren, y que por un recorrido llano y sin sobresaltos nos llevará hasta Guadalupe, evitándonos así llegar al pueblo en cuesta arriba. Cruzamos por arriba el viaducto bajo el que pasamos el primer día y luego un largo y enorme túnel que nos deja en la "estación" de Guadalupe. Subimos quinientos metros más por una carreterita y estamos en la circunvalación. Otros quinientos metros y ya es el casco urbano de Guadalupe y el final de la ruta.

 
 

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